viernes, 23 de febrero de 2024

¡Zarpar al fin!

 Ulises Velázquez Gil

 

 

De las cinco novelas que componen su llamada Pentagonía, Reinaldo Arenas escribió Otra vez el mar cuatro veces: tres de éstas, luego que le fuera requisado el manuscrito correspondiente. (La versión definitiva hoy se encuentra bajo resguardo de la Universidad de Princeton, junto con el resto del archivo del escritor cubano.)

            Sirva el dato anterior para comenzar con una nueva serie de entregas (luego de varios meses fuera de circulación por razones que no es preciso mencionar), donde espero retomar algo del espíritu original con que nacieron tanto La marcha de las Letras como Las horas de mi agenda en el espacio en línea antes conocido como Flor y Látigo.

Mientras estuve en una recesión intermitente, llegaron a mi vida toda serie de sucesos (favorables y no), donde al final del día mis lecturas del mundo presente no dejan de sorprender y de generar nuevos enlaces.

El feliz reencuentro con una querida colega y amiga (de quien esperamos nuevas colaboraciones dentro de la serie Trazos y enlaces) vino a inyectarle vida a un oficio que, antes que todo, se compone de persistencia. Las reseñas de libros de La marcha de las Letras como las misceláneas de Las horas de mi agenda me ayudaron mucho a ponerle orden a mi mundo (el que pasa frente a mis ojos, el que comparto con mis contemporáneos, el que descubro a través de la lectura), y en suma justicia, digno es proseguir con ese afán.

En estos días, donde la Feria de Minería llega a su cuadragésima quinta edición, llega el momento justo para dejar mi recesión involuntaria, echar plumas y libretas a la maleta y, como en la novela que Álvaro Mutis planeaba escribir dentro de la saga de Maqroll el gaviero, gritar entusiasmado ¡Zarpar al fin!   

 

babelises@hotmail.com 

@Cliobabelis 

viernes, 26 de enero de 2024

El infinito de los imposibles

Con todo y que el nuevo año ya lleva casi un mes transcurrido, doy la bienvenida a este espacio en línea a una colega y amiga, que lleva muchas horas de vuelo en el ejercicio de la escritura, pero es hasta ahora que se le concede una agradable escala dentro de su itinerario. 

Desde remembranzas y reseñas de libros hasta crónicas y reflexiones (como la que leeremos a continuación), se le desea buena suerte y que su talento destelle a diestra y siniestra.

NRB

 

El infinito de los imposibles

 

Tania Rodríguez Castro

 

Como seres humanos racionales que coexisten en sociedad llevamos a cuestas la ineludible necesidad de comunicarnos, una actividad que por común, constante e innata pasa por muchos inadvertida. Pero para algunos; No sé si muchos o pocos, no sé si cuerdos o locos, no sé si lúcidos o dormidos, no sé si terrestres o divinos, pero lo que sí sé es que son los más "afortunados" para quienes la ocasión de comunicarse puede ser la oportunidad de abrir aquella puertecita que con habidos esfuerzos retiene aquellos universos que luchan por existir.

Hay algunos, esos mismos afortunados, que sirven de puente entre el "todo" esa magia de lo absoluto y el lado mortal; en cada palabra pronunciada, en cada letra plasmada, por cada pincelada, nota musical, mirada, sentimiento o suspiro transmutan lo etéreo y paren, sí, ¡dan vida a la realidad! Son esos ejércitos de artesanos que crean herramientas de la nada y llenan cada vacío de la existencia o la no existencia, con historias, imágenes, melodías, caricias que dan sentido al existir. Son ellos quienes crean mundos nuevos, convertidos en monumentos, poemas o ciudades, son los que sueñan los que con sus diestros bisturíes diseccionan la materia sin vida para injertar jardines, sabores, ilusiones y candiles bastos de luces de esperanza para este plano inerte. 

Aquellos audaces, rebeldes, revolucionarios que desafían lo preexistente con sus fértiles mentes, los que a pesar de lo normal y lo cotidiano abren nuevos senderos a la realidad. De ellos es el lienzo de la vida, la partitura por comenzar. Son ellos quienes perfuman las secciones de noticias, quienes embellecen el despertar y la promesa de un mejor mañana. Son ellos mi fuente de inspiración y su colección de imposibles, la misión. Si tú, mi estimado lector, te les unes, si usas tu llave personal para esa puerta o si por curiosidad te asomas por el cerrojo te aseguro que tuyo también será este planeta por editar.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Quince (y más) de 2023

Ulises Velázquez Gil


A diferencia de todos los años, en esta ocasión se me dificultó un poco hacer la selección oficial, debido a que el espacio donde solía publicarla, se perdió por razones que no es necesario explicar; sin embargo, pudo más el placer de leer -y de compartir esas impresiones- que los vaivenes de los últimos meses.

Para fortuna nuestra, en este año se reanudaron las actividades presenciales en las ferias de libro, y, como es natural, a las mesas de novedades llegaron nuevos títulos y autores, y viejos conocidos volvieron a nosotros mediante el acto de releer; en mabos casos, atentos al encuentro con sus nuevos lectores.

Sin faltar a la tradición de cada año (pero en otro espacio), comparto con ustedes mi listado con los quince libros que me maravillaron en este año; en algunos casos destella la experiencia de la primera vez, mientras que otros, marcan un grato reencuentro. Según sea el género de su preferencia, queda en ustedes el acercamiento de buenas a primeras, y toda omisión o presencia inesperada, es bajo la responsabilidad del arriba firmante.

POESÍA:

-Peces de pelea (Moriana Delgado)

-Dorsal (Nadia López García)

-Lenguas de agua (Roberto Acuña)

-La raíz negra de los astros (Nadia Escalante Andrade)

-Luz clave (Claudia Hernández de Valle-Arizpe)

CUENTO:

-Aproximaciones desde el abismo (Jazmín García Vázquez)

NOVELA:

-Maktub (Fanny Morán)

-Una leona rampa en la noche (Héctor Iván González)

-Cochabamba (Jorge F. Hernández)

ENSAYO:

-Cómo recorrer una ciudad sin despertarla (Violeta Orozco)

-Los sueños de mis fantasmas (Irene Vallejo)

-La vibración del silencio. Meditaciones sonoras (Patricia Arredondo)

-Naufragio entre palabras (Mónica Lavín)

-Escribir con el presente: archivos, fronteras y cuerpos (Cristina Rivera Garza)

MEMORIAS:

-Tríptico del Cangrejo (Álvaro Uribe) 

Mención especial merecen las Cartas encontradas (1966-1974) de Rosario Castellanos y Raúl Ortiz y Ortiz, por tratarse de un epistolario harto esperado; Entre vírgenes y hetairas de Beatriz Espejo, en torno a Ramón López Velarde (en este año que se cumplió el centenario de la publicación de El Minutero) y para celebrar el Premio Nacional de Artes y Letras conferido hacia su autora.  Así también La fundación de El Colegio Nacional de Javier Garciadiego Dantan, en ocasión del 80 aniversario de El Colegio Nacional, y, siguiendo con las efemérides de este 2023 a punto de fenecer, Los sueños intactos. Evocaciones de Álvaro Mutis en su centenario, para celebrar al creador de Maqroll el gaviero.

Cada año lo refrendo: mientras persista la pasión por la lectura, siempre tendremos muchas razones para conversar. Y hasta aquí, la presente escala. 

¡Muchas gracias a ustedes!

 

babelises@hotmail.com 

@Cliobabelis

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Camino, puente y escalas

 

Ulises Velázquez Gil 


“Dos enemigos son un mismo hombre dividido”, dice Emil Cioran en Del inconveniente de haber nacido. Para quienes nos enfrentamos al vértigo de la escritura, en algún momento de la vida es preciso desprenderse un poco y poner en orden todas las taras que nos definen (aproximadamente) como la gente que elegimos ser. Sin embargo, en algún instante una extensión de nosotros se aferra en hacerse escuchar, provocando un choque, no sólo de personalidades, también de perspectivas relacionadas a una misma vida, a un espacio delimitado per se.

            Consciente de esta división de caracteres, en su novela El hambre invisible, Santi Balmes nos hace una invitación para emprender un viaje al principio del mundo, o lo que es lo mismo, internarse hacia el caos que compone a un sujeto que eligió el camino del arte, para dejar su paso en este mundo, a ratos ancho y ajeno por los dictados de una sociedad convencional.

A resultas de una caída (¿Albert Camus, acaso?), el protagonista, Román Spinelli, Equilibrista, hace un viaje hacia el interior de sí mismo; a diferencia del viaje exterior, su travesía es hacia su propia mente, es decir, por las diversas escalas de su vida, y qué lo llevó hasta el momento actual. A través de cuarenta y cuatro capítulos (incluidos uno denominado cero y un epílogo), bajo el nombre de estaciones, hacemos un recorrido, amén de retrospectivo, hasta rimbombante por el carácter de algunos de los personajes que allí nos aguardan. El creador está a merced de quien lo observa -hoy en día ni siquiera hace falta que uno pague-: es la ley. A un equilibrista no le juzga Dios, sino mil minidioses que lo miran desde el prosenio. Y no son idiotas. Ser audiencia es saborear la divinidad. Dios lo hace con nosotros, por lo que ejercer como público es nuestra infantil venganza.

Lo dicho: el espectáculo está a unas páginas de nuestro alcance, y Román Equilibrista (tal y como su apellido lo define), busca el balance de su presencia en este mundo; sin embargo, para lograr ese ansiado equilibrio, es menester tambalearse un poco: […] la primera condición para ser Equilibrista, para subir a la cuerda, para seguir vivos, es estar un poco loco. Era la magnitud de su locura lo que estaba por determinar. Para enfrascarse en un viaje de reconocimiento, por decirlo de alguna forma, es preciso valerse de una excusa; en este caso, Román Equilibrista se lanza a la búsqueda de Edith, una mujer que le es importante en ese momento de su vida, y, precisamente, el deseo de alcanzarla es quien lleva la nota dominante en su trayecto psiconáutico.   

La Ciudad de Bruma, lugar donde ocurre la novela, es el topus uranus donde Equilibrista se encontrará con sujetos que, de cierta manera, le acompañarán en sus afanes introspectivos. Como en toda ciudad que se precie de serlo, recorreremos sus calles y barrios, en espera de que aquellos personajes le muestren lecciones por aprender o recuerdos para desbloquear. Uno de ellos representa la parte drástica y punitiva: Yo, Román Cuso, Fiscal General de su psique, o, lo que es lo mismo, de la ciudad interior de Bruma, autorizo a Román Spinelli, de profesión Equilibrista sobre Alambradas Mentales, a pernoctar durante cinco días improrrogables. Al final de su estancia será requerido para una serie de acciones que él, a cambio de nuestra hospitalidad, tendrá que realizar con el mejor de los ánimos.

A contraposición de Román Cuso, tenemos a Román Líbid, la parte sexual, ninfómana y masturbatoria, que más bien es el libre curso de un instinto “primitivo” aún latente en el interior de Equilibrista. Porque nuestro ser sexual puede triunfar más que nunca cuando precisamente desprende cero interés por el sexo. Es una treta exitosa. […] Sea como fuese, aquel chico llamado Román AntiLíbid estaba gozando de los más sutiles placeres que podía experimentar un hombre, e irían aumentando con el paso del tiempo.

Por otro lado, tenemos a Román Perturbado, otro de los avatares de Equilibrista, muy apaleado (literalmente) por los altibajos del éxito y al igual que el autor, también la música es su mundo, cuya fama le obnubila y le impide ver con claridad su situación. En aquel diorama del pasado, Perturbado estaba a punto de iniciar un combate de boxeo contra un luchador llamado Vida. Como árbitro, ni más ni menos que un tipo llamado Destino. Me olvidaba de una cosa: el entrenador de Vida era el Fiscal Román Cuso, alias Culpa. Bajo este avatar, precisamente, se suceden los álbumes más emblemáticos de la banda donde ejerce de vocalista (un apenas disimulado Love of Lesbian): 1999 y La noche eterna.

Paréntesis aparte: dentro del capítulo/estación que Santi Balmes le dedica a Pertur, me pareció encontrar frases o giros que, con sólo aguzar el oído, hoy día son brillos de preciadas gemas como “Bajo el volcán” y de “Planeador”, barcos insignia de El Poeta Halley, álbum de estudio grabado hace poco más de seis años, y que este singular personaje aparece en estos lares, se trata de la parte creativa que llevó a Equilibrista hasta su momento actual; todo sueño, juego o la alegre conjunción de ambos denota un deseo todavía latente, un leitmotiv que se niega a desaparecer, pese a que los vientos de la realidad -con sus correspondientes avatares al paso del tiempo… y de las páginas- le cierren un poco los caminos. Aún así, el joven poeta persiste en afanes como en empeños. La sensación de tiempo, definitivamente, es proporcional a la edad. Un bienio, en una persona que acaba de cumplir los quince, es casi una séptima parte de su existencia. La frase “Llevo toda la vida con él” es, con toda seguridad, la más parcial y nociva que puede pronunciar una persona joven. Y probablemente, una de cualquier edad. […] Entre impacto y deflagración, puedo llegar a la conclusión de que el descubrimiento artístico, es ¡maldita sea!, un momento incendiario.

Una tercia de avatares digna de mención, la componen Psiconauta, Román Augustus a las Finas Hierbas y Román Feliz. Del primero, digno es notar su carácter cambiante (incluso en las fuentes tipográficas empleadas en sus diálogos): […] la vida de un Psiconauta necesitaba el humor como un cohete el combustible. Porque los Psiconautas lo relativizan todo; el segundo, en cambio, es un tránsfuga de las academias, que no cesa de buscar el placer a la par que el aprendizaje […] junto a gente que consideraba divertida e interesante [y sostiene que] cualquier día es bueno para celebrar el fin del mundo. Porque cualquier día es un fin del mundo en potencia. Y de Román Feliz se podría decir que evita cualquier sobresalto y, por ello, le veta a Equilibrista la oportunidad de conocerle, por la posibilidad de conjurar algo adverso. Esta extraña tercia se podría resumir en un tópico de la cultura clásica: Carpe diem (“aprovecha el día” en latín), sin dejar de lado el Sapere aude (“atrévete a saber”).

Para cerrar con esta galería de epígonos, queda presentar a Román Tôdas, el Mago, que, a decir verdad, es el genuino guía de Equilibrista, así también del Joven Halley, a quienes devuelve la fe y la creatividad perdidas a lo largo de los años. He aquí alguna de sus consejas: Escribir para encontrar el placer […]. Escribir para rellenar vacíos. En realidad, el hombre inquieto, una vez se da cuenta de que la relación con su entorno cercano puede convertirse en un caudal de frustración, empieza a buscar placer empleando los más variopintos recursos. Aquellos que jamás han encontrado desde su propio interior la manera de autosatisfacer su Hambre Invisible necesitan a excitadores profesionales. […] Un creador no deja de ser un ingeniero de emociones. Sus laboratorios, hasta la fecha, son legales, así que no hay problema, hermanos en la fe.

Con todo, en la suma de caracteres que componen El hambre invisible descubrimos que hay etapas hondas en el ser y hacer de cada persona, incluso si éstas se contraponen (como en el aforismo de Cioran referido al principio de estas líneas); Román Spinelli, Equilibrista, en plena edad media sale al encuentro con facetas de su vida que precisa reconocer, que no remediar, porque la debacle también es una forma de la enseñanza: camino, puente y escalas para replantearse a fondo.

Aunque no es la primera vez que Santi Balmes incursiona por los caminos de la novela, sí lo es en cuanto a la intención de suscitar una reflexión acerca de las distintas etapas que componen a un individuo ungido al arte. Una novela que atrae, como decía Jorge F. Hernández, “por los ensayos que se filtran con sutil encanto en algunos de sus muchos párrafos […] donde los enredos de sus personajes van confeccionando una no tan simulada dramaturgia con sus diálogos y los gestos que les veo cuando los leo”. (Una confederación de almas, como aquella que imaginó Antonio Tabucchi en su Sostiene Pereira.)

Para quien le sigue la huella al autor dese su faceta como delirista y voz de Love of Lesbian, inevitable hallar frases o referencias a canciones de su repertorio (lo cual enriquece la experiencia, claro está); y para quienes apenas tienen noticia de ésta, estamos frente a un narrador non, de muchas horas de vuelo en un oficio doblemente sorpresivo.

Quede aquí la invitación para adentrarse en ese mundo, desde la primera palabra hasta el punto final. (¡Buen viaje!)   

Santi Balmes. El hambre invisible. 2ª ed. Barcelona, Planeta, 2018.  


(7/diciembre/2022)

viernes, 2 de diciembre de 2022

Fijación y parpadeo

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna entrevista realizada al escritor colombiano Álvaro Mutis, éste recordaba un consejo de su madre: “Detrás de todas las cosas está usted”. Para quienes encuentran a diario la trama de las cosas (y doblemente en quienes recae el oficio de urdir una columna semanal), esta sentencia debe grabarse en letras de oro, o por lo menos, memorizarse por quienes se adentran a los senderos de la llamada “literatura con prisa”.

            Sin tanta prisa de por medio, Jesús Silva-Herzog Márquez nos entrega un pequeño volumen donde se evidencian sus intereses, lecturas, encuentros, donde más que suscitar el análisis puntiagudo (tal es su faceta de analista político), se busca recobrar el asombro por la vida que se presenta a diario.

Andar y ver (título con reminiscencias a José Ortega y Gasset) se compone por 32 artículos, de breve extensión, donde su autor no se queda con la inquietud de hacer lecturas fuera del canon analítico, de figuras muy caras a su admiración, o simplemente, darle libre curso a la pluma, muy a la manera de aquella sentencia de Alfonso Reyes: Escribo por divagar.

Figuras como las de André Glucksmann, Wislawa Szymborska, Anna Ajmátova, Robert Hughes, más las que se sumen a la lectura, confirman a cabalidad que, mientras una buena pluma destelle por su presencia, ningún tema nos será del todo ajeno. Y para muestra, el siguiente fragmento: Somos criaturas de pares: dos ojos, dos brazos, un par de piernas, un pulmón derecho y uno izquierdo. Será por eso que tendemos a ordenar el mundo en parejas. Y así, al arco de luces, movimientos y sonidos que va de un amanecer a otro, lo rompemos en dos tiempos: el día y la noche (“La luz de los opuestos”).

Si aplicamos esta dialéctica al conjunto de artículos que componen Andar y ver, caemos en la cuenta de que la misma pasión con que se habla de un importante analista y/o teórico, que de sucesos peculiares como tomar una siesta, los peligros que conlleva aceptar un regalo, o una reflexión acerca de la propina (donde Mr. Pink de Reservoir dogs cae en un estoicismo que ya quisiera el SAT). Si somos sinceros, la propina no es un pago por un buen servicio. Las razones que el propinador tiene para gratificar al propinatario poco tienen que ver con la prestación recibida. […] No es difícil anticipar que un mesero eficiente y antipático recibirá menos propina que un meesero torpe pero amable y mucho menos que una guapa mesera incompetente y coqueta. (¡Hasta para los temas del diario, Silva-Herzog Márquez no deja los linderos de la polémica!)

Por otro lado, es preciso detenerse en dos pares de artículos: “Autorretrato de crítico con atún” y “La terapia de Goya”, sobre Robert Hughes (el crítico de arte más polémico de nuestro tiempo, es la lucidez de la rudeza. O al revés. El crítico no solamente destaza pintores sino también a políticos e intelectuales), de quien nos da noticia de su genio y figura, cuya subversión lo llevó a negar a su propio país. Y el suceso que le devuelve vida y acción se resume en “La terapia de Goya”. El Goya de Hughes es un artista de este mundo, un pintor que nos sintió apetitos metafísicos, sino sólo los otros. Nadie como él ha retratado el placer con tanta agudeza como ha captado el dolor. Es raro que un artista sea tan convincente en ambos mundos: el ombligo de la maja y las verrugas de las brujas.

Otra pareja de artículos, que bien podrían conformar uno solo, la componen “Una fotografía” y “Mato, luego existo”. De este último, una reflexión sobre Orwell y el hundimiento del Titanic como imagen que define al siglo XX, hace eco en el autor sobre cuál sería la escena o el cuadro más significativo de nuestra época: Seguramente muchos ubicaremos las imágenes del 11 de septiembre en ese sitio privilegiado de la memoria. Las torres gemelas son nuestro Titanic.) De ahí, Silva-Herzog Márquez parte su reflexión (o su apunte, mejor dicho) sobre un libro de André Glucksmann, donde la figura hostil de nuestra época no lleva puestos explosivos por encima de la ropa, sino que se pasea en traje sastre desde algún palacio… Respecto a “Una fotografía”, retoma un poco a Susan Sontag y vuelve a esa imagen con que la que el siglo XXI ya es ineludible: las Torres Gemelas, en particular, aquélla una donde se ve a un hombre en caída libre. Nuestra vida cotidiana está tapizada de esas estampas de barbarie. Lo que nos perturba es esta fotografía no es la visión del sufrimiento, sino la apariencia de quietud. Es más fácil aceptar el dolor de la víctima que la determinación de un hombre que decide su muerte.

Pero no todo es tragedia ni desánimo en Andar y ver; el autor también se da vuelo recordando a un maestro y colega suyo en los empeños de anotar la vida que viene. En “El dietario de Julián Meza” bien podemos encontrar joyas como la siguiente: Escribir por gusto es un empeño que tiene poco sentido en un mundo que dedica sus imprentas a la difusión de las obviedades de los opinadores, la jerga de los académicos y las mercancías de los fabricantes de best-sellers. […] escribir por el gozo de recorrer con tinta un cuaderno en blanco. Escribir para habitar otro mundo.

Otra peculiaridad que no debemos pasar por alto es la concisión de cada texto, es decir, su brevedad. A este respecto, no dudaría en aplicarle las mismas palabras que el autor dijo de Ryszard Kapuscinski en “El patio de los fragmentos”: Frente al caminante tenaz y metódico, pasea el viajero curioso que cede a la variedad de sus inclinaciones. Si escriben, el primero buscará redactar un tratado, el segundo coleccionará fragmentos. Este coleccionista, como Canetti, registrará lo que pase por su cabeza sin elección previa; se abrirá a la sorpresa, acogerá la tentativa. Los trozos de escritura aflorarán de ninguna parte sin conducir a sitio alguno.

Para terminar estas líneas, volvamos al consejo de Mutis: detrás de todas las cosas está usted. En cuanto uno cierra Andar y ver, no dudaremos en aplicárselo a Jesús Silva-Herzog Márquez, quien al escribir sobre figuras y sucesos de su (libre) elección, cumple a cabalidad la dinámica primigenia del ensayo, es decir, paseo, donde todo se resume a fijación y parpadeo, cualidades dignas de un miniaturista en cuyos trazos se evidencia una panorámica entera. Con este volumen (del cual se esperarían sucesivas compilaciones), se inaugura una vertiente ensayística en la obra del autor, en paralelo a su análisis político; a diferencia de este último, aquí lo fugitivo sí permanece, y se queda en nosotros, en aras de proseguir la conversación (o el paseo, si se quiere).

Después de todo, entre hojear este libro y ojear su contenido, nunca dejemos de mirar: hacia adentro, desde afuera. (Sea, pues.)   

Jesús Silva-Herzog Márquez. Andar y ver. México, UNAM/DGE-Equilibrista, 2005 (Pértiga, 1).  

(18/noviembre/2022)


lunes, 14 de noviembre de 2022

Destino y sentido

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna de las cartas que Octavio Paz le escribió a su colega catalán Pere Gimferrer, se puede leer la siguiente frase: El verdadero y único premio del escritor son sus amigos desconocidos. Para quienes hacen de la escritura semanal una carrera de resistencia contra el tiempo, encontrarse un lector que agradezca las líneas de un artículo (que le ayudó a sobrellevar la vida de todos los días) es el bálsamo que renueva el afán de asir el tiempo, a la vera de sucesos y figuras inolvidables -al menos, para quien guste de escribirlo.

Después de dos volúmenes que reúnen lo más granado de su columna Agua de azar, Jorge F. Hernández nos entrega un tercero, cuyo título da fe de una meta cumplida, donde ninguna inquietud se queda sin explorar y las figuras que nos dan sentido siguen ganando batallas, siempre al encuentro con sus andanzas y maestranzas.

Llegar al mar se compone por 79 artículos, donde el autor da fe de su admiración por maestros, colegas y amigos que le ayudan a ser -palabras más, palabras menos- una mejor persona y un buen escritor, tal y como ocurre con viejos conocidos suyos (también nuestros, si hemos seguido con suma dedicación las compilaciones anteriores), como Jorge Ibargüengoitia: Celebro […] sus novelas que releo como si reviviera la época en que visitábamos las librerías esperando sus nuevos libros. Soy de la idea de que las muchas perfecciones envidiables que cuajó en Estas ruinas que ves (incluyendo sus dos finales), Dos crímenes y Las muertas transpiran -entre la admiración y la envidia- una contagiosa adrenalina por escribir, más allá del placer de su lectura (“¡Ibargüengoitia, forever!”). O grandiosos contemporáneos que siguen presentes, tanto en el recuerdo como en las maestranzas suscitadas por su obra. Ejemplo irrebatible: Eliseo Alberto, Lichi. ¡Ay, mi Lichi, si supieras!, que hay días en que parece que escucho tu voz con música de fondo, un son triste que revela que esa fibra musical donde se finca el jolgorio de tu isla también es dolor y recuerdo a menudo que Bioy Casares nos daba licencia para ser así como somos al definir que toda cursilería cuando es humilde tiene todo el gobierno del corazón (“Informe de eternidad”).

Además de proseguir esa conversación con maestros, colegas y amigos, Jorge F. Hernández pasa revista a sucesos recientes, que le muestran señales que evidencian los alcances que tiene el ser humano en cuanto a su papel dentro del mundo. Hay dos figuras que merecen especial atención: Nelson Mandela y Malala Yousafzai. Del primero nos dice: [es] el hombre que hablaba en silencio las palabras que nombran a las cosas, los callados párrafos de la prosa más íntima, los versos que se aprenden de memoria los presos que no pueden abrir las alas de los libros. El hombre que miraba el instante que hoy se acerca calladamente desde el momento en que veía a través de los barrotes de su celda el cielo indescriptible que a veces parece inalcanzable, allá donde se pronuncian en cada uno de los idiomas todos los nombres de la libertad (“Todos los nombres”). Por otro lado, […] las palabras de Malala Yousafzai deberían recordarnos que efectivamente todas las niñas son princesas (¿qué no hubo nadie que se los hiciera creer en su infancia?), todas emperatrices de su propia voluntad, dueñas de sus palabras, ensueños y encantos. Ya lo sabemos: en algún momento o instante de su vida (suspiros que pueden durar segundos o toda una vida) toda mujer es la mujer más bella del mundo… (“En el nombre…”).

Son las palabras las que dan sentido al mundo, sea la vía que uno se digne a usarlas; lo mismo pueden construir presencias que derrumbar reputaciones. Y una buena pluma como la de Jorge F. Hernández lo sabe por entero, porque sus fuerzas y afanes se vuelcan hacia una justa ponderación de las cosas que valen la pena (por ver, para vivir), así también para hacer clara denuncia de sujetos y situaciones no tan halagüeñas del todo.

Uno de sus maestros en el oficio de hacer literatura con prisa, es Antonio Muñoz Molina, con quien comparte, además de una colección de libros publicados por la UNAM, un peregrinaje por los sucesos de cada día. Sobre la desmedida (pero justa) admiración por el autor de Travesías y El Robinson urbano, podemos leer en “Shalom” lo siguiente: Yo aprendo mucho de los escritores de veras, que además son grandes personas; abrevo de la desatada imaginación y honesta pasión ante la página con la que escriben, tanto como de la decencia y cordura civil con la que caminan por las calles… Yo admiro la literatura de Antonio Muñoz Molina, aprecio su amistad tan cerca tan lejos (Bien podrían aplicarse dichas palabras a nuestro autor. Y nos consta quienes lo hemos leído y/o conversado…)

¿Por qué Llegar al mar? Ante una realidad plagada de plagiarios, politicastros con poco seso frente a la cultura y toda serie de sucesos funestos y que flaco favor nos hacen con sus improperios y poco tacto, digno es recordar que la vida de veras, aquella que le da destino y sentido a nuestra presencia, es la materia prima de los artículos de Jorge F. Hernández, donde el agua de azar no deja de multiplicar sus sortilegios, con todo y que […] hubo más de un jueves en que me resigné a la aceptación dolorosa de no ser ya necesario para quienes me llegué a creer indispensable, a contrapelo de la conmovedora aparición semanal de un nuevo lector que me escribía algún correo o me confiaba de viva voz el entrelazamiento de su voluntad, memoria o imaginación con cualesquiera de mis párrafos. (Los verdaderos amigos desconocidos que mencionaba Octavio Paz, referido al principio de estas líneas.)

Con todo y que esta compilación cierra una época en su trayectoria hebdomadaria (la cual no termina del todo, sino que se pospone), sus letras siguen prodigando lecciones de vida y sin contratiempos de por medio, para que, al final del día, suscribir aquel deseo que Santi Balmes, vocalista de Love of Lesbian, expresó en la canción “Viento de oeste”: Que un camino así pueda guiarte,/ pueda guiarte a mí./ Que la vida sea al fin tu obra de arte,/ tu obra de arte…

Quede aquí la evidencia de sus pasos. (Gracias, siempre.)

 

Jorge F. Hernández. Llegar al mar. Prólogo de Hernán Bravo Varela. México, Almadía, 2016. (Crónica)

(31/octubre/2022)

lunes, 29 de agosto de 2022

Fragmentario y elocuente

 

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna parte de El hijo del Capitán Trueno, Miguel Bosé nos dice que “los recuerdos que son abordados, al principio, están rodeados de niebla”, y no es para menos, puesto que, en el afán de recuperarlos para el momento presente, no nos llegan del todo nítidos; en ese sentido, es preciso armarse de valor y emprender su escritura, a fin de recobrar su claridad y justipreciar mejor su presencia.

            Consciente de esto, Claudio Isaac nos entrega un volumen de raigambre memorialista, en torno a un director de cine cuya obra sigue suscitando interés genuino que enconada polémica; en particular aquéllos de los cuales fue testigo. Bajo la forma del fragmento, Luis Buñuel: a mediodía nos presenta aspectos del cineasta solamente reservados al anecdotario o a la secrecía reservada a las amistades de carrera larga. Luis Buñuel era un hombre con un sentido casi sagrado de la intimidad. A pesar de que en estas notas me entrometo en algunos de los intersticios más privados de su vida, en espíritu he tratado de no traicionar su pudor.

A fuerza de persistencia, el autor cuando joven se integró al círculo de visitas a casa del cineasta español, donde fue testigo de sucesos propios de una película suya que instantáneas de colegas y amigos inimaginables por sí mismos. Por ojos de Claudio Isaac, vemos a un Buñuel inusitado, que se expresa de los actores como viles cucarachas (entomofílico, al fin y al cabo); juega de manera mordaz y punzante con sus colegas Julio Alejandro y Luis Alcoriza (donde el juego se vuelve fuego, a medida que consume sus taras más evidentes); y hasta se da el lujo de ser todo un señor dentro de su casa (lo que tenía siempre en vilo a su esposa Jeanne, mujer sin piano que le tuvo gran cariño al joven Claudio). Pero entre todas esas cosas (y las que se acumulen a medida que avancemos en la lectura), el viejo Buñuel se permite la generosidad y el magisterio hacia un joven interlocutor, empeñado éste en seguir su vocación cinéfila, pese a que don Luis intenta descaminarlo a la primera provocación.

¿Cómo es que joven adolescente se volvió interlocutor -casi amigo- de un cineasta consumado? Alberto Isaac, padre del autor, dedicó un cartón periodístico en loor de Buñuel cuando éste viajó a España para filmar Viridiana, con resultados explosivos para el régimen franquista. […] El dibujo rebasó el interés local y se publicó en revistas internacionales e incluso en libros monográficos, convirtiéndose así en un espaldarazo a la causa de Buñuel. [Éste] no olvidaba favores y me parece factible que el gesto de mi padre haya sellado la amistad.  

Con todo y que Alberto Isaac fuera más amigo del director de El ángel exterminador, con el joven Claudio el respeto se volvió admiración, y ésta, en amistad, obsequiándole consejas que complicidades, vituperios y maravillas. A mí me venía natural el tutearle, desde siempre, pues mis padres lo hacían así. En su caso, más que una mera modalidad, éste era signo de un trato más despreocupado y desenvuelto, y aún teniéndole un respeto manifiesto no se andaban con protocolos ni ceremonias.

Dentro de la galaxia buñueliana, Claudio Isaac conoció a otros planetas y constelaciones, tal es el caso de Octavio Paz, quien elogió los afanes lectores de un adolescente rodeado de locos ungidos al arte; los Alcoriza -el ya mencionado Luis y su esposa Janet-, quienes hicieron del cine una extensión de la vida (literalmente); el padre Julián Pablo, sacerdote con quien Buñuel gustaba conversar sobre temas religiosos -con todo y que el cineasta seguía preso de su propia boutade, “soy ateo, gracias a Dios”. Con Alberto Isaac, más allá del cartón de marras, en sus encuentros predominaban las risas: […] Siempre reían. Me atrevería a decir que el cariño más grande surgió de la risa conjugada. Pero don Luis y el joven Claudio fueron más allá de las risas… No fue para mí un maestro de cine, pero sí -con todas las discrepancias que el lector ya conoce- de vida. Un maestro de vida. Su gran lección, para mí, es la sencillez, la modestia, el despego de las cosas materiales, su compromiso ético y su lucha por alcanzar la congruencia […] Dejó su solidez, su rectitud, la consistencia de su dignidad.

En suma, Luis Buñuel: a mediodía no sólo permite que conozcamos a un cineasta más allá de su obra fílmica, más aledaño a los sucesos de la vida diaria, donde las medias tintas no se permitían ni por asomo. Para fortuna nuestra, la pluma de Claudio Isaac concede justo lugar tanto a la memoria como la fidelidad al recuerdo: fragmentario y elocuente, como toda vida digna de contarse, pero sobre todo para vivirse. Como Pablo Picasso para Miguel Bosé o Alfonso Reyes en el caso de Octavio Paz, el magisterio buñueliano sobre el autor se torna complicidad no sólo por la sabiduría transmitida por el cineasta, sino también por hacerle partícipe (cómplice, incluso) de sus propias taras e ilusiones, detalles sólo reservados para amistades de carrera larga.

A la par de Prohibido asomarse al interior de Tomás Pérez Turrent y José de la Colina, y de su volumen de memorias, Mi último suspiro, la lectura de este libro no dejará de suscitarnos sorpresas que desconciertos, donde al final del día sólo somos seres humanos en la medida de nuestros recuerdos, o en la mirada que nos dibuja en la memoria.

Quede aquí la invitación para viajar al interior de una vida dispar por interesante. (Así sea.)   

Claudio Isaac. Luis Buñuel: a mediodía. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Universidad de Guadalajara/ Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Colima, 2002.  

 

(15/agosto/2022)

lunes, 1 de agosto de 2022

Intensidad e inmensidad


Ulises Velázquez Gil

 

Entre las notas que Albert Camus hizo para El primer hombre, encontramos la siguiente: “Habría que vivir como espectador de la propia vida. Para añadirle el suelo que le diera conclusión. Pero uno vive, y los otros sueñan tu vida”. Como recordar es un arte difícil, es preciso echar mano tanto de los propios recuerdos como de los sucesos y figuras que nos rodearon en varios momentos de la vida.

          Luego de una enorme trayectoria artística, Miguel Bosé hace un corte de caja de una vida vivida al máximo y nos ofrece, en El hijo del Capitán Trueno, su particular recuento, donde relucen tanto sus orígenes familiares como algunas figuras señeras del arte y del espectáculo que le ayudaron a buscar su vocación y un camino que, con todo y el impasse de hoy día, todavía le restan muchas cosas por hacer.

A lo largo de casi quinientas páginas, nos adentramos en los primeros 25 años de vida del cantante, desde su particular nacimiento en tierras extranjeras, siendo hijo de un matrimonio también extranjero: el torero español Luis Miguel Dominguín y la gran actriz italiana Lucia Bosé, de quien abrevó la sensibilidad para el arte y la creación, campos diametralmente opuestos a la bravura y el arrojo del figura fue Dominguín.

El primer capítulo, a diferencia de una biografía convencional, no inicia con el nacimiento del biografiado, sino con una confrontación entre dos fuerzas de la naturaleza, es decir, sus padres, y del cómo dicha confrontación desataría -para bien, para mal- los sucesos que le darían vida y destino al intérprete de futuros éxitos como “Creo en ti”, “Sevilla” o “Aire soy”. Aún con esos vientos en contra, persiste un buen recuerdo: Por favor, que alguien me lo atesore siempre en la memoria, porque aquel era el éxtasis más absoluto, el más seguro de todos los refugios que tuve jamás. Aquel del que nunca hubiese querido irme.  

Mientras sus padres se afanan en hacer y deshacer (“nunca hacer por hacer”, como diría una canción suya), al pequeño Miguel y a sus hermanas Lucia y Paola les llega una presencia fantástica, firme de obras pero grata de intenciones, que con el tiempo se volvió indispensable dentro de la familia González Bosé: Remedios de la Torre Morales, la victoriosa, oteaba los campos que poco a poco iban siendo devorados por las hoces […] Sabía quién tenía mejor brazo con la horca o mejor lomo para el fajado, y reconocería a cada quien en sus voces y cantos aunque se viesen diminutos. Ésa era su vida, pensaba masticando, la que siempre imaginó, la mejor del mundo, la más libre, a la que volvería. La que le correspondía por ley a la más pequeña de las hermanas y cuarta de cinco. Sin embargo, otras fueron sus faenas, porque al volverse La Tata de aquellos niños, hizo frente a sucesos adversos, así también les hizo más llevadera la vida, endulzársela un poco más de la cuenta. A medida que sabemos más de la tata Remedios, a ratos se cae en la cuenta de que merecería una novela propia, porque sus tareas de cada día tuvieron alcances épicos, acompañando a los chicos y a la propia Lucia Bosé.

Si por el lado de las mujeres, la Tata fue predominante en la formación del futuro cantante, bailarín y actor, digno es mencionar al pintor Pablo Picasso, a quien Bosé le dedica el octavo capítulo de El hijo del Capitán Trueno, que, dicho sea de paso, bien merecería su propia vida, con lomo y tapas. En dicho capítulo, da cuenta de su encuentro con ese coloso del arte contemporáneo, quien sostuvo toda la vida llegar a pintar como un niño; visto así, conocerlo le confirmó ese postulado. Para Miguelito, Pablo lo era todo y para Pablo, Miguelito era su pasión privada, su retorno a la infancia. Se olieron y de inmediato se reconocieron. A lo largo de los años fueron construyendo un mundo no apto para los que se empeñaban en crecer, divertido y pícaro.

Las amistades, como los grandes maestros, se heredan a fuerza de conquista, es decir, en acercarse a ellos y compartir, además del tiempo presente, las enseñanzas que logran darnos; con todo y que Picasso respetaba el temple de Dominguín (recordemos sus dibujos de tema taurófilo) y se prendía de la belleza el charme de Lucia Bosé, con Miguelito la conquista se dio por obra de la creación, de leer el mundo de otra forma, donde los límites sólo eran los de la imaginación, campo donde ambos llevaban franca ventaja. […] Cuando los niños crecemos y pensamos en las personas que formaron parte del entorno de nuestra infancia, las dividimos en dos: las que pasaban tiempo jugando con nosotros y las que no. A las primeras las recordamos con mucho cariño y a las otras con antipatía. Así de simple. Y lo que abundaba durante las visitas de los chicos Bosé -y la Tata, secretamente admirada por el pintor- eran muchos juegos, incluso los realizados con pintura y papel, aunque a la esposa (y dealer) de Picasso viera en ello nulo valor comercial.

Diametralmente opuesto en extensión, mas no en grato recuerdo, está el capítulo que Bosé le dedica al Dr. Manuel Tamames, figura “paterna”, casi abuelo, para él y sus hermanas; amigo a su vez del diestro y admirador (por no decir eterno enamorado) de la gran actriz, procuraba buenos acuerdos entre ambos y, a su vez, prodigaba cariño y grata estima a esos niños cuyo insólito destino era ser hijos de sus padres (permítaseme aquí la redundancia). Siempre del lado del más débil, se volcó con mi madre, una mujer extranjera socialmente lapidada, con tres hijos a su cargo, y probablemente sin futuro. Consideró que mi padre había actuado como un cobarde, sin el más mínimo honor ni hombría, y para él estaba muerto, aunque nunca le perdió su admiración en los ruedos. […] Manolo, don Manuel, el doctor Tamames y otros motes, fueron esa armada de ángeles de la guarda que en mi infancia marcaron la diferencia en el dar ejemplo y en la mejor calidad de cariño y afecto.

El hijo del Capitán Trueno nos hace no sólo espectadores de una vida (la de quien pensábamos ya saberlo todo, desde las revistas del corazón hasta los trending topic de años recientes), sino de una época en busca de sentido (pues la España que él recuerda seguía siendo la misma con Franco en El Pardo y los “grises” por las calles). Sin embargo, la avidez por hallar una identidad propia se consumó más allá de las fronteras, y de ello, da cuenta “Londres 73”, cuya travesía marcó un antes y un después en su carrera, donde tampoco le faltaron presencias necesarias en sus postreras búsquedas. (Mencionarlas todas es pecar de exageración -al menos, para estas líneas.)

Para el lector estándar de memorias y autobiografías, este volumen destella, de principio a fin, intensidad e inmensidad: de recuerdos escritos con una prosa fluida y de amor al detalle, de sucesos y figuras de alcances épicos más allá del recuerdo. Al igual que Leonard Cohen, Bob Dylan y su compatriota Santi Balmes (vocalista de Love of Lesbian), Bosé toma la pluma para compartirnos algo más de ese genio y figura apenas vislumbrados en sus canciones; al final del día, sigue el mismo destino que todo memorialista que se precie de serlo, resumido en sus propias palabras: Los recuerdos que son abordados, al principio, están rodeados de niebla, y penetrar en ellos es tarea delicada. Ninguno se resiste completamente en realidad, si quieres hablar de ellos. Pero, sí, todos quieren ser contados de la manera más ocurrente. […] Muchos de ellos, hechos para ser recordados sólo una vez, se desvanecen al ser escritos […].

Quede en ustedes, navegantes de la lectura, embarcarse en esta nave a prueba de tiempo, pero llena de gratos instantes. (¡Buen viaje!)   

Miguel Bosé. El hijo del Capitán Trueno. México, Espasa, 2021.  

 

(18/julio/2022)

viernes, 24 de junio de 2022

Legado de verdades

 

Ulises Velázquez Gil

 

Cada vez que leo un libro de memorias y autobiografías, siempre me hace mella aquella frase que Raymundo Ramos consigna en su conocido estudio y antología: “Recordar es un arte difícil”. Y no es para menos, porque en el empeño de hacer corte de caja de toda una vida, suelen aparecer otros recuerdos que pudieron revocar una postura irrebatible, o atenuaron una polémica entonces férrea y furibunda. De cualquier manera, volver a conocidos sucesos y figuras refrenda nuestro propio vaivén de vida.

            Después de dos volúmenes de índole memorialista, Emmanuel Carballo (1929-2014) da cierre a esa etapa con otro similar, en apariencia fragmentario, pero que añade, sazona o refrenda algo de lo dicho previamente: Párrafos para un libro que no publicaré nunca, que se compone por 96 textos, entre ensayos, cartas y notas al vuelo sobre escritores, libros e instantáneas personales de un escritor que ejerció, férreamente, el oficio de la crítica, con todo y altibajos.

De 1953 a 2011 -fechas del primer y del último texto, respectivamente-, se da cuenta del proceso (también del progreso, cabría notar) de un escritor frente a su oficio y del cómo éste le atrajo aciertos que fallas, pero aprendizajes constantes por encima de todo. Desde hace unos cuantos años algunos de los poemas escritos en México se me caen de las manos. Sobre todo si se trata de los escritos por nuestros poetas recién llegados. Casi todos ellos (poetas y poemas) inducen a jugar a los acertijos. Lectores y críticos, al leerlos, nos convertimos en vulgares eruditos de heráldica. A primera vista, nos parece que Carballo hizo una radiografía puntual de la poesía de cuño reciente, pero al checar el año de escritura, se descubre -no sin sorpresa- ¡que es de 1953!, lo que nos lleva a pensar que no hay nada nuevo bajo el sol… por ahora.

Como ocurrió con su Diario público (volumen intermedio entre Ya nada es igual y el libro que ahora nos ocupa), se pasa revista a la vida cultural de México en décadas recientes, con la salvedad de que estos párrafos vienen a matizar nociones expuestas con antelación, o también para develar su otra cara, no tan halagüeña que digamos. Encuentro esta dualidad de miradas en “Las dos muertes de Martín Luis Guzmán”: Qué paradoja para los críticos en blanco y negro que un hombre ganado por el sistema sea, en el fondo de sí mismo, un iconoclasta, un disidente y un escritor de protesta. Cuando el hombre pacta con el gobierno, el escritor enmudece. A partir de ese instante, la literatura deja de tener sentido, razón, alas. Aunque Carballo no deja de reconocer la genialidad de uno de sus grandes maestros -cuya mención se prodiga al vaivén de las páginas, digno es resaltarlo-, sí le echa en cara su posterior significación. (Al final del día, su obra le sobrevive…)

Una peculiaridad de estos Párrafos… es la alternancia de pequeños ensayos (que nos remiten a sus Notas de un francotirador) con cartas dirigidas a distintos corresponsales (de José Lezama Lima y Julio Cortázar hasta familiares y amigos) e inclusive dos que tres anotaciones sobre el oficio de la crítica, por parte de un implacable y respetado exponente. Y lo más sorprendente, descubrir que aquellas consejas siguen más vigentes que nunca. Cada generación en cuanto obtiene la credibilidad que le dan las obras trascendentes publicadas por sus miembros lo primero que hace es modificar la lista de los escritores sobresalientes que redactó la generación en retirada a la cual va a sustituir. Quita a algunos viejos para colocar a algunos jóvenes talentosos. […] Al crítico le corresponde poner orden, ser el cronista de un momento (o de varios momentos sucesivos) de la literatura de un país. […] El verdadero crítico cuando madura aprende a mirar amigos y enemigos como autores a secas, en unos casos más capaces y en otros menos talentosos; lo demás es lo de menos. (En tiempos donde los dictados del gusto se someten al capricho del hype, es necesario atender comedidamente la preceptiva de un crítico con hartas horas de vuelo, que hoy en día echamos en falta.)

Una vez que llegamos a la última página de este libro, cabe la siguiente pregunta: ¿por qué Carballo es enfático en decir que no publicaría estos párrafos? Ante dicho cuestionamiento, me viene a la mente el escritor Emil Cioran y la decena de cuadernos que dejó a su muerte, bajo la instrucción de destruirlos, y en los cuales el franco-rumano escribió cosas sólo reservadas para la secrecía o el descargo personal, y que, dichas a las figuras allí mencionadas, multiplicaría los, de por sí, bastantes malentendidos.

No dudaría ni un ápice que también pase lo mismo con Carballo, con la salvedad de que muchas de sus apreciaciones y juicios sólo confirmen la perspectiva adquirida en lecturas anteriores. En este ejercicio de autocrítica, me viene a la mente el Pro domo mea que Jean Meyer publicó a tres décadas de su obra capital, La Cristiada, a guisa de ajuste de cuentas o, quizá, como justa valoración del camino andado. A lo largo de cincuenta y tantos años he tratado de ser fiel a mí mismo y congruente con las ideas en las que sustenté y sustento mis tareas como escritor y hombre preocupado por sus compatriotas. […] Supongo que a las personas como yo la historia oficial nos juzgará con simpatía. Quisimos cambiar el mundo y no pudimos.

Con Párrafos para un libro que no publicaré nunca, Emmanuel Carballo cierra una trayectoria de ímpetus críticos, así también la de participante de una época pródiga en expresiones y en lecturas, ambas susceptibles de justipreciarse y después colocar sucesos y cosas en el lugar que les corresponde: legado de verdades a la espera de hallar a su destinatario. Por la procedencia variopinta de los textos, encuentro cierta afinidad con los que Fernando Fernández nos comparte en su blog, de nombre Siglo en la brisa, donde ensayos de breve extensión y notas al vuelo se suceden con franqueza y fidelidad, entre la celebración y el aprendizaje constantes, cualidades dignas de un escritor comprometido con la página de cada día.

La última -de muchas palabras- queda a disposición de ustedes, de principio a fin. (Que así sea.)   

Emmanuel Carballo. Párrafos para un libro que no publicaré nunca. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Dirección General de Publicaciones, 2013 (Memorias Mexicanas).  

 

(10/junio/2022)